Recuerdo que cuando escuché por primera vez al olvido de Elefantes, me vi reflejada en ese hace tiempo que me cuesta hablar y en el cada día creo un poco más que la edad nos va haciendo callar. Siempre he sentido que soy más de escribir que de contar mi vida mediante la voz (aunque hay personas que son mis excepciones), de hecho suelo autoaislarme y un evento suele ser mi dosis suficiente de socializar hasta el siguiente encuentro. Pero hace bastante que apenas deslizo mi bolígrafo por el papel (lo noto en mis silencios del blog y youtube) y tampoco es que lleve una vida tan pública como antes. Aunque creo que tiene sentido que se pierda la continuidad: llega un punto en el que te sientes como un disco rayado que cuenta lo mismos insomnios. Además hay tantos quehaceres y tan poco tiempo.
Cuando era pequeña el reloj parecía ir más lento. Como si una vida fuese suficiente para hacer todo lo que se tenía en mente incluso para aburrirte de ella. Sin embargo, a medida que avanza la mía lo único que se me ocurre es ir restando horas de sueño para sacar algo de calderilla extra en la que poder dedicarme a esas inquietudes abandonadas.
No me gusta hacer promesas porque no somos dueños de nuestro futuro. Con esto me refiero a que no podemos saber los giros e imprevistos que nos pueden surgir (hasta hace unos meses no me imaginaba teniendo que hacer un reposo forzado, por ejemplo). Y digamos que ese ha sido el pistoletazo de salida para programar entradas, ya que cuando pueda ir a la escuela de arte tendré que alcanzar el ritmo y tendré pocos respiros. No me gusta hacer promesas, repito, pero me encantaría volver.
No es añoranza pero me echo de menos. Mi manera convulsiva a escribir, mis ojeras escondiendo felicidad de ir tachando propósitos autoimpuestos, mis audiovisuales... En la recámara, esperando su turno, tengo una segunda novela, otro poemario, Engelke,... Es cierto que los cursos realizados son aire para mis pulmones, que si miro a mi alrededor y encima de mis muslos ronronea Flan la palabra felicidad se hace mayúscula. Pero ojalá poder generar células madre y poder tener tanto tiempo como para aburrirme.
No me gusta hacer promesas porque no somos dueños de nuestro futuro. Con esto me refiero a que no podemos saber los giros e imprevistos que nos pueden surgir (hasta hace unos meses no me imaginaba teniendo que hacer un reposo forzado, por ejemplo). Y digamos que ese ha sido el pistoletazo de salida para programar entradas, ya que cuando pueda ir a la escuela de arte tendré que alcanzar el ritmo y tendré pocos respiros. No me gusta hacer promesas, repito, pero me encantaría volver.
No es añoranza pero me echo de menos. Mi manera convulsiva a escribir, mis ojeras escondiendo felicidad de ir tachando propósitos autoimpuestos, mis audiovisuales... En la recámara, esperando su turno, tengo una segunda novela, otro poemario, Engelke,... Es cierto que los cursos realizados son aire para mis pulmones, que si miro a mi alrededor y encima de mis muslos ronronea Flan la palabra felicidad se hace mayúscula. Pero ojalá poder generar células madre y poder tener tanto tiempo como para aburrirme.
0 ideas :
Publicar un comentario