El viejo y el mar.

Ilustración del corto de Alexander Petrov.

Cuando ni tu profesión la puedes realizar de manera solvente te conviertes en un paria y hueles a jubilación. Además dicen que las horas pasan distintas con la edad: se duerme menos pero los días son más cortos, como suspiros. Todo esto lo palpamos en las primeras páginas de El viejo y el mar.

Seguimos buceando en ellas y nos enteramos de que un benigno cáncer de piel se esparce por las mejillas de Santiago, tanto la vela de su barco como su ropa están remendadas y tiene cicatrices de tiempos de gloria que conservan su fe intacta "Cada día es un nuevo día". A su paso causa risas o encoge las tripas pero a él le da igual porque ha alcanzado la humildad, la misma que le hace aceptar que el joven alargue su vida ofreciéndole alimentos porque el ya hace ochenta y cuatro días que no pesca.

El libro consigue meterte en situación. Te visualizas como Santiago, un viejo con fuerzas para ilusionarse y seguir luchando, con la red y cebos listos, hablándole a la mar como si fuese nuestra amada con la que en ocasiones discutimos. Sus alegrías y tristezas se hacen tuyas pero no quiero profundizar más en la trama porque sería restarle intensidad a su lectura, lo que sí os diré es que engancha y es breve, lo puedes consumir de una sentada.