Y los cristales ardían
tan estrechamente
vinculada a tu lengua,
que se decía que mi poema
era agua, que tocarme
el hombro o la mejilla
era sufrir una quemadura,
pero a mi me daba igual
porque estaba
tan estrechamente
vinculada a ti
que en cada sitio
veía un recoveco
donde poder amarte,
porque la soledad
ya no me esperaba
en la puerta de mi casa
de mi cama;
y tenía tanta hambre de ti,
un hambre como de piraña,
que rebañaba tus huesos
uno a uno sabiendo que esto
era la felicidad, que no podía
ser otra cosa.