Y los cristales ardían

Él sabe leerme como nadie hasta ahora lo había hecho. En sus manos soy el libro del estremecimiento. Mi lector me hojea mientras me acaricia el lomo, entrega un dedo a mi boca y, tras rescatarlo empapado, empieza a pasar mis páginas hasta dejarme abierta por el capítulo de la turbación.  Libro del estremecimiento. Ana Muñoz de la Torre.

Y los cristales ardían
y yo estaba
tan estrechamente
vinculada a tu lengua,
que se decía que mi poema
era agua, que tocarme
el hombro o la mejilla
era sufrir una quemadura,
pero a mi me daba igual
porque estaba
tan estrechamente
vinculada a ti
que en cada sitio
veía un recoveco
donde poder amarte,
porque la soledad
ya no me esperaba
en la puerta de mi casa
                    de mi cama;
y tenía tanta hambre de ti,
un hambre como de piraña,
que rebañaba tus huesos
uno a uno sabiendo que esto
era la felicidad, que no podía
ser otra cosa.