En un internado retrógrado y femenino se respira una densa atmósfera de cautiverio, sensualidad inconfesada y cierta inquietud proclive a la demencia. La narradora y protagonista rememora sus vivencias allí ya desde la madurez y comienza con el suicidio del escritor Walser (al que no conocía ni su profesora de literatura y que había estado internado 30 años en un manicomio). Llegó una nueva interna, Frédérique, que se separaba de su edad por pocos meses (los justos para que sus párpados descansasen en edificios distintos); tenía los cabellos rígidos como cuchillas, ojos graves y fijos, nariz aguileña: la apariencia de un ídolo y no hablaba con nadie, motivos suficientes para desear conquistarla. Han visto llegar lo irremediable y sus vidas pasar a través de las ventanas, pese a ello hay en el aire un aliento de resurrección, el placer del desasosiego. Así te envuelve Los hermosos años del castigo de Fleur Jaeggy.
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